Del riñón y otras vísceras
Desde hace tres miércoles, ponen en una cadena privada de televisión, a medianoche, un programa que me causa terribles conflictos conmigo mismo. Se trata de un concurso en el que la víctima ( o el culpable, o ambas cosas a la vez ), esto es, el concursante, debe responder a preguntas íntimas y comprometidas y va ganando mayores cantidades de dinero a medida que va diciendo la verdad (se supone que previamente pasan un polígrafo donde les plantean 200 preguntas de entre las que sacan las que les hacen luego). Para poner las cosas aún peor, el participante va acompañado de tres personas cercanas, típicamente la pareja, la madre, y un amigo, socio, o compañero de trabajo.
Digo que me causa terribles conflictos internos porque uno siempre pretende mantener, por higiene mental, una imagen más o menos aceptable de sí mismo. Sin embargo, viendo ese programa, hay una mitad de mí que me pone a caldo perejil: Sergio, cómo se te ocurre ver semejante cosa, hacerles el juego contribuyendo a la audiencia de está enésima vergüenza televisiva. Sin embargo, la mitad de mi cerebro que además gobierna en qué sofá y frente a qué aparato siento mis posaderas parece ser la misma que siente curiosidad por ver semejante despojo televisivo.
La verdad, creo que pocos participantes en ningún programa de televisión van a arrepentirse tanto en su vida como los que pasen por este: por 1000, 3000, 5000 euros, responden cosas que tienen todas las papeletas para lograr que jamás les vuelva a dirigir la palabra el cónyuge, la familia, los amigos, y/o destrozan toda posibilidad posterior de confianza en ellos de sus socios, y de los clientes que se enterarán de cómo los timan en la mercancía...
Eso sí, ayer se me ocurrió otra forma de verlo, ya que era víspera de festivo y no tenía que madrugar, que le daba un aspecto nuevo: pensar yo en mis propias respuestas a las preguntas planteadas. Creo que mi reflexión conmigo mismo sobre las cuestiones que sacaban debería, básicamente, llevarme a una autoimagen deprimente de mi persona. Supongo que tendrá mucho que ver aquello de que el que esté libre de pecado , que tire la primera piedra, y probablemente será más difícil hallar alguien que salga bien parado de ese "juego" (sic), que una persona justa entre Sodoma y Gomorra.
No obstante, me quedo con una sola pregunta y reflexión.... a uno de estos sujetos le preguntaron si, de necesitarlo, le donaría un riñón a su madre. Me dio por reflexionar si yo daría un riñón a una persona querida, y, en tal caso, cuántas conozco que entrarían en esa categoría... Debo admitir que lo primero que pasa por mi cabeza es que, aunque a la Naturaleza le haya dado por dotarnos del riñón por duplicado, a mí me gustan menos las agujas, bisturíes y demás objetos punzantes y cortantes que a un gochu el día de San Martín, y, sobre todo, que uno piensa que a su edad, quizás puede vivir aún 30, 40, o 50 años y dentro de mucho tiempo ese riñón sobrante podría uno lamentar no tenerlo por lo que le pudiera pasar al otro. Aun con todo eso, y lo miedoso que uno admite que es, no me cabe ninguna duda de que si una persona querida, o merecedora, necesitara un riñón mío, bastaría media palabra para recibir mi sí más rotundo; lo cual me llevaba al otro punto: cuántas personas conozco por las que mi afecto valdría uno de mis riñones, o que se hayan portado en la vida tan bien conmigo que darles un riñón no compensaría cuanto les debo de agradecimiento. Y la alegría del momento fue darme cuenta de que son numerosísimas, me podría cansar de elencarlas...
Conclusión: metería en la cárcel al ideador del programita, a sus productores, presentadora, y a mí mismo por más motivos de los que caben en el código penal, mi autoimagen no sale bien parada de reflexionar sobre las miserias de mi condición, por más que, probablemente, sea un mal de muchos del que, como tonto que soy, me sería fácil consolarme. Pero tengo la suerte inmerecida de tener cerca a muchas personas que valen un riñón y mucho más. No me parece tan mal balance, realmente....
Sed felices.
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