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Titiritero de palabras

La incomunicación, el amor, los tiempos del ( y de la ) cólera

La incomunicación, el amor, los tiempos del ( y de la ) cólera

Me gusta de vez en cuando recordar que el título de este blog, que me gusta mucho, no me pertenece. Está sacado de una preciosa canción de Francesco Guccini sobre dos adolescentes de un barrio de Milán que se gustan pero nunca se atreven a decírselo.

En realidad, la canción, y su traducción al español, están en mi página web, pero están a dos "clicks" de aquí. La experiencia, y los "logs" de las visitas a mis páginas, me dicen que lo que está a un click de distancia de Titiritero de palabras sólo es visitado por el 10% de quienes visitan la página inicial. A páginas situadas a dos clicks de distancia, el porcentaje de quienes van alguna vez cae a niveles ínfimos.

Como no quiero que mis sufridos lectores y lectoras ( entre 110 y 120 de lunes a viernes, ¡ gracias ! ) se pierdan esta joya, pongo aquí una traducción MUY LIBRE de la canción. Espero que os conmueva la mitá que a mí.

Samantha baja las escaleras de una vivienda de protección oficial. Treinta años y el apartamento será suyo, o, mejor dicho, de sus padres, que todos los meses deben arrancar el pago de la hipoteca de un sueldo miserable, pero Milán es tan grande como para volverse loco...

... y el sol incierto bate de soslayo, en este domingo de abril, cada piedra, cada portal y cada esquina.

Pero Samantha da saltitos, no sabe que tiene piernas largas como las de un ciervo, y el seno, como se dice, en flor, firme, sobre un cuerpo aún salvaje. Y no sabe aún que su destino es ser modelo, y corre alegre por delante de los graffiti, casi mujer, casi bella.

Fuera Milán se muere de melancolía, de sol que se pone en la periferia, de coches de retorno, frenos, gases del escape.

 

Lejano el centro casi es otro mundo, San Siro un grito que no captas bien, te corta un sentido vago de infinito pánico. Asoma un gasómetro detrás de negros muros, ociosos vagabudean tus pensamientos, y el cielo es algo cargado y violáceo.

Andrea está abajo en el patio, con vaqueros y cara de vinilo, una cazadora como dios manda y atada a la muñeca una bandana, un pie contra el muro. Está allí, la espera, porque quiere hablarle: nada, quizás de amor, pero no sabe qué decir, con las palabras casi en dialecto que no consiguen salir, y se enciende, rabioso, un Marlboro como disculpa, y se miran de soslayo, apenas un gesto instintivo de saludo, pero a Samantha le late el corazón como si se fuera a morir mientras Andrea permanece mudo.

Y ella volverá a casa con el paquete de cigarrillos que su padre le mandó a comprar, su padre que estará tirado frente a cualquier programa de la tele, y él meditará en el bar, tras una cerveza, que la vida puede hacer daño.

Milán parece estar ahí para abrazar a esos dos que nunca sabrán hablarse, sólo rozarse en un vago momento y adiós muy buenas.

Samantha enseguida cambiará de barrio, por un destino que no alcanza a ver, y Andrea terminará de dueño de una pizzería.

Y yo, TITIRITERO DE PALABRAS, ¿ por qué me pierdo tras un sol tempranero? , ¿ por qué se apodera de mí esta extraña nostalgia?

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