Sangre quemada en un papel
Puse toda mi rabia, mi rebelión y mis erres en un papel que quemé en una hoguera en lo más alto del pequeño monte que vigila mi pequeña ciudad, a una hora que ya no dormía la siesta, sino el sueño, que es para mí pesadilla, eterno de la paz sin justicia. Lo rayé con sangre, y lo arrojé al fuego tras el caldero que o conxuro de Leopoldo, prometía llevarse para siempre, mientras el Sagrado Corazón permanecía impasible a mi papel y al solsticio que juntos se iban a ese espacio donde habita el antaño.
Pero el conjuro peor no está en ninguna lengua hablada, sino en esa inapelable realidad que hace que, verano e invierno, primavera y otoño, cada vez que sales a la calle te hiera los ojos la podredumbre de corazones humanos con distimia, que hacen y omiten, que penan en su egoismo miope el no gozar con todos. Y la sangre no quemada en la hoguera de papel o trapo, de mentira o de vanidad, la que aún se mueve feroz por tus arterias llevando sus oxidantes oxígenos a cada una de tus células, hierve de nuevo. Siempre hierve. Y cuando encuentras un corazón que dice, que hace, que hace lo que dice, que dice lo que hace, y no hace mal sino bien, y no omite bien sino omite el mal, y late con el resto de la especie como uno solo hierve gozoso.
Hierve, hierve, hierve siempre la sangre, siempre más, y la frescura de la noche, en una de esas paradojas que son consustanciales a la existencia, no la apaga, sino que la hace hervir con más furor, con más furia, con más furar, con más efes, que sobreescriben las erres de tu rencor, tu resentimiento y tu rabia con fe en lo que de bueno tenemos los humanos, fintas de la esperanza a la vida, y fibras de tus músculos que calentados por la sangre bullente quieren hacer.
Y sabes, entre el resquemor de las erres, que el dulce acariciarte de las efes te dará fuerzas para un día más, para veinticuatro horas más de lucha contra los inanes y los enanos. Contra lo que de pobre de corazón tiene la sangre de esta cucaracha XXIésima que tantas veces sólo nos hierve por el dinero. O el poder. O el dinero. O la arrogancia. O el dinero. O el dinero. O el dinero. Maldito parné. Como dijo el cuñado del poeta, mecagoenlasputasdrogas. Que los quemen todos juntos, los billetes del Padre Draghi y las drogas de los asesinos con manos limpias.
En la hoguera de San Juan.
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