¡ Todos a la cárcel !
Lo he contado ya muchas veces: siempre bromeo con que, en mi infancia, el parque, zona verde, y espacio polideportivo que había en mi barrio era el entonces Hospital Psiquiátrico, donde hoy se está levantando el HUCA, y que los niños de mi época, en esta zona, era el sitio donde íbamos a jugar, allí aprendí a andar en bicicleta, mejoré mi técnica de patinaje, o teníamos las únicas canchas de fútbol y baloncesto que no gestionaban clubs deportivos y donde no te exponías si echabas un partidillo con otros niños a que el responsable de las instalaciones apareciera en cualquier momento y te echara con cajas destempladas porque le jodías la hierba.
Al margen de bromas y chistes sobre cómo las peculiaridades de mi espacio de juegos infantil pudo marcar la evolución de mi salud mental ( je, je ) , ese hecho me permitió ver muy directamente cómo era la atención psiquiátrica en régimen cerrado en los años setenta. En las horas de patio, veías tras las rejas del mismo pabellón de internos a niños con síndrome de down, alcohólicos que nunca se rehabilitaban, o psicóticos con graves patologías... Aquello era desde el punto de vista educacional, terapéutico y humano una barbaridad intolerable. Un chaval con síndrome de down hoy se cría en su entorno familiar y establece relaciones sociales de modo absolutamente natural con gran eficacia, y suelen ser chavales que muestran unas habilidades sociales y un cariño con la gente que raramente se encuentran en quienes no tenemos trisomías en nuestros cromosomas, mientras que compartiendo la vida con aquella mezcolanza brutal entre rato y rato de patio, la evolución se la puede uno imaginar.
Recuerdo perfectamente, y en el barrio lo sabemos muy bien, cómo la necesaria reforma psiquiátrica, cuyos objetivos naturalmente comparto plenamente, y conozco a algunos de los profesionales que lucharon para conseguirla y son espléndidos, cambió el todos al pabellón psiquiátrico por un todos a la calle. Cientos de internos pasaron en pocos años a 23, y poco después a cero. Eso llevó la mayor parte de la carga que suponía el cuidado de quienes total o parcialmente no se valían por sí mismos a sus familias: a las de los que la tenían, y a los que , teniéndolas, quisieron hacerse cargo de ellos. De aquella aún pasaba la FEVE junto a mi casa, y el suicidio arrojándose al tren , antes y después de la reforma, era aquí al lado algo tan cotidiano que cada vez que ocurría miraban el levantamiento del cadáver y demás morbosas circunstancias cada vez menos curiosos. Otros terminaron permanentemente borrachos por los portales pidiendo "un durín" para pagar el vaso de vino, y no pocos durmiendo en la calle. Algunos años después se fueron creando algunos recursos, por lo que me llega depende mucho de la comunidad autónoma, pero hay algunos centros pequeños, pisos tutelados... en todo caso, insuficiente.
En estas que leo una noticia hace poco que refiere que el 39% de los internos de las prisiones padecen trastornos de la salud mental ( quizás es mejor que otro día hablemos de que el 84% ha consumido o consume estupefacientes, a pesar de la fuerte interrelación de ambas cosas y del hecho de que las toxicomanías entran claramente en el ámbito de la salud mental). Los expertos consultados coinciden en que muchos de ellos, si hubieran recibido un tratamiento adecuado, jamás hubieran delinquido, al margen de que, delinquiesen o no, las instituciones penitenciarias no son lugar adecuado para el tratamiento de estos seres humanos, y, muy frecuentemente, son todo lo contrario: lugares donde empeoran, de salud, y de perspectivas de delinquir tras el cumplimiento de sus condenas.
Hoy veo, para rematar, que tenemos, grosso modo, un 50% menos de tasa de delincuencia y de tasa de delitos graves que la media de los países de nuestro entorno, y un 50% más de internos penitenciarios por cada mil habitantes. Con dos tercios de los delitos graves por cada mil habitantes que los países nórdicos tenemos el doble de penados en prisión. Los programas de telebasura nos "aleccionan" con los detalles de los crímenes más espeluznantes y los políticos, que maniobran en el corto plazo porque se juegan el escaño cada cuatro años, "solucionan" todo aumentando la pena de prisión que sanciona el delito o crimen que la tele ha decidido escarnecer esa temporada, con gran satisfacción de la población y ajenos a los expertos que claman en el desierto que la estancia en prisión raramente rehabilita y, con frecuencia, es una eficaz Universidad del Crimen de donde sus involuntarios habitantes salen peor que entraron. Las prisiones están por encima de su capacidad, lo cual empeora las cosas en todos los sentidos, y son un recurso carísimo: con lo que cuesta mantener a una persona en prisión se podrían hacer potentes políticas que evitarían que múltiples personas aún ajenas a la delincuencia mejoraran de salud, de integración social , socioeconómica y laboral y los beneficiaríamos a ellos y nos beneficiariamos todos de la disminución de la delincuencia, esa sí, que de esa forma se lograría, claro que en plazos menos cortos y con metodologías poco telegénicas, difíciles de explicar, y que no "venden" nada en Está pasando, o Dónde estás corazón...
La verdad es que soy el primero al que repugna que el asesino de varios seres humanos salga a la calle a los 16 años de haber entrado, y que se vaya a vivir de vecino de la viuda de una de sus víctimas, o se prodigue en mítines cuyas alocuciones son de dudosa legalidad. Ahora bien, me quedo estupefacto al oir los comentarios de la gente y cómo nadie se da cuenta de que fenómenos como ese se deben a la irretroactividad de las modificaciones legales en materia penal y a que esos sujetos fueron juzgados por un código penal elaborado siendo jefe del estado una persona tan poco sospechosa de ser un peligroso idealista progre que tratara bajo bases irracionales de adelantarse a su tiempo en materia de Derecho Penal como Francisco Franco Bahamonde. La reducción de penas por el trabajo y por estudios era anterior a la democracia y a la constitución. A pesar de esos llamativos casos, de monstruos insensibles que salen sin rehabilitar cuando las secuelas emocionales en las familias de las víctimas aún están tan vivas, el efecto en las prisiones fue absolutamente contraproducente, los funcionarios lo saben bien. Antes de la reforma de 1995, los internos respetaban, por la cuenta que les traía, al personal del centro.... un informe desfavorable era la diferencia entre salir a la calle cuando agotaras hasta el último día de condena o salir muchos años antes. Con la reforma, esa posibilidad se les anuló a los funcionarios, y ahora la frase que mejor conocen cuando un interno tiene un comportamiento desfavorable y le llaman la atención es: "yo hago lo que me da la gana, total, me sale gratis". Con todo mi asco por determinados sujetos, la llamada "doctrina Parot" , a mí, lego en Derecho, me sigue pareciendo evidentemente antijurídica. Ante el grito unánime de la gente de que era inaceptable que un hideputa saliera a la calle a los cuatro días, un puñado de magistrados se reúnen y concluyen que se pueden anular redenciones de pena firmes y consolidadas, validadas hace años por tribunales calificadores, expertos de los centros, y jueces de vigilancia penitenciaria. El mensaje que envíamos a los internos actuales de las prisiones es: no trabajes, no estudies, no acudas a terapias, no te desintoxiques.... total da igual. Es mejor que dediques tu tiempo a intercambiar conocimientos con tu compañero de celda sobre cómo delinquir mejor, te será más útil cuando cumplas tus inamovibles X años de prisión y salgas con mono, sin haber aprendido un oficio, sin posibilidades de lograr un empleo y necesitando dinero fácil y rápido para tus drogas.
En fin, seré optimista, este es un tema complejo y de difícil solución, pero la campaña "Yo no veré la entrevista a Julián Muñoz" quizás es un primer paso en la dirección correcta.
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