Derecho a la defensa
La verdad es que tengo entendido que los ordenadores contemporáneos pueden grabar cederrones y deuvedés y de todo a la vez que haces cualquier otra cosa en multitarea sin la menor incidencia. Yo, que, a pesar de informático, normalmente suelo tener en propiedad personal máquinas relativamente antediluvianas, aún no he superado los tiempos en que mi ordenador si estaba grabando un cd-rom , como te acercaras mientras tanto a menos de diez metros de él la grabación fallaba fijo, así que hace un poquito, mientras grababa unas herramientas que necesitaré esta tarde para una clienta, dejé este trasto en paz y me fui a la salita a echar un ojo a la prensa, a la vez que andaba por ahí la tele puesta por mis abuelos con un programa de esos que yo nunca veo. Le estaban preguntando, creo que en directo, al abogado de oficio de Santiago del Valle, tras una vista por un hecho mucho menos grave que otros por los que está imputado, cómo era capaz de defender a semejante personaje.
Yo, al margen de que alguna vez he hecho profusamente entre mis amigos del ámbito del derecho algunos sarcasmos sobre cómo abordaría yo la defensa en algunos casos que personalmente no puedo evitar que me repugnen muy especialmente, de modo que va más allá incluso de lo más irracional que se suele esperar de mí ( en mi caso, la violencia de género, que me afecta emocionalmente de modo muy profundo ), creo , cuando hablo en serio, que en este país aún falta mucha cultura sobre cómo es un sistema de justicia moderno, de un país avanzado y democrático. Personalmente, cuando me aislo de los sarcasmos que a veces, ya digo, confieso que no puedo evitar, si mi ámbito de actuación fuera el derecho, defendería exactamente con la misma tranquilidad de espíritu a un presunto autor del hurto de una gallina porque sus hijos tenían hambre que al acusado del crimen más atroz y repugnante. Y explico por qué. En nuestro sistema de justicia, y no de hoy, sino en la mayoría del tiempo transcurrido en los últimos par de siglos ( al menos en lo formal, la práctica en momentos no muy lejanos en el tiempo sabemos bien que era otra cosa ) es un sistema dialéctico, donde todo acusado tiene derecho a la defensa. Es absolutamente normal, y sano, que por mucha evidencia de las cargas probatorias que haya contra un acusado, haya una parte, la defensa, que trate de mostrar los aspectos más favorables para el reo de los hechos que se enjuician. Sería una cosa radicalmente distinta que un juez, que dictaría la sentencia, se pusiera de modo arbitrario a observar los hechos y el Derecho desde una perspectiva sesgada en favor del acusado. Pero en un proceso, como digo, dialéctico, que haya una parte que, con atención a las pruebas presentadas y a los márgenes que le permite el Derecho propugne una visión de lo que se enjuicia favorable al , siempre presunto hasta que haya sentencia, culpable, es, como digo, muy sano desde el momento en que, por su parte, hay un fiscal que tiene la obligación, y así hará, de observar los hechos desde el mejor interés público, y, eventualmente, unas acusaciones particulares y/o populares que seguramente tratarán de presentar hechos y argumentos jurídicos abogando por la peor de las consideraciones posibles. Al final, está el Juez o el Tribunal que valorará los argumentos y las calificaciones de todas las partes y sentenciará lo que en su mejor saber y entender corresponda según los hechos probados y la legislación y jurisprudencia aplicables.
Que fuera de otra forma se convertiría solamente en una ficción de juicio, en un pim-pam-pum contra el acusado, que sólo podría observar pasivamente en el juicio cómo todas las intervenciones se dirigían contra él. Con todas sus dificultades, con todas sus limitaciones (lamentablemente , en mi opinión, en España sobre todo de medios ) yo creo en la Justicia y en la justicia. Sinceramente, yo creo que quien no lo vea así, debería plantearse ensayar una máquina del tiempo para irse al siglo XIX al Salvaje Oeste americano, tomarse un té con el Juez Lynch, o, por lo menos, ver la espléndida película "Furia", de Fritz Lang, a ver si le mueve un poquito a la reflexión.
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