Hoy me siento militar
Es increible cómo han cambiado los tiempos, cómo han cambiado las Fuerzas Armadas españolas, y cómo he cambiado yo.
Mi niñez está marcada por el recuerdo de la imagen de un teniente coronel de un cuerpo militar irrumpiendo pistola en mano en el Parlamento de que nos habíamos dotado los españoles, de un guardia apuntando a un cámara de TVE a la voz de "si no apagas esa cámara te mato", a la insubordinación detestable de unos miembros de un cuerpo cuyo deber era garantizar el cumplimiento de la legalidad tratar de imponer sus armas automáticas y semiautomáticas al Presidente del Gobierno, a la sazón ( por unas horas pues se estaba en plena votación de investidura de su sucesor Leopoldo Calvo-Sotelo ) el grandísimo Adolfo Suárez, a quien tanto debemos España y los españoles, hoy gravísimamente afectado por una horrenda enfermedad que hace añicos la memoria y el propio ser vital, de un teniente joven que trató de derribar con una zancadilla al anciano Teniente General D. Manuel Gutiérrez Mellado, Vicepresidente del Gobierno y Ministro de Defensa, que hizo la guerra con los nacionales y fue cabecilla de la reconciliación entre españoles tras una guerra que nunca debió producirse, y de cómo el valor, el coraje, de un anciano de fuertes convicciones, se sobrepuso a la zancadilla traidora de un patético truhán que no valía ni para reducir a un viejo ( y que, por cierto, no fue juzgado por la evidente insubordinación y el maltrato a un superior jerárquico ). Como consecuencia, desarrollé una fobia a lo verde que superaba la que ya hasta entonces me causaba el que no me gustaran algunas verduras.
A finales de los años ochenta me hice Objetor de Conciencia al Servicio Militar, e insté mi reconocimiento como tal al Ministerio de Justicia, que me lo concedió. Estábamos en mitad de la guerra fría, España pertenecía a la OTAN, existían la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia, la guerra fría podía degenerar en episodios de guerra local caliente en cualquier momento ( ¡ no estaba lejano Vietnam ! ), y de acudir a filas en el Ejército podía ser enviado a matar a inocentes, o a que inocentes me mataran, cosas ambas que no deseaba bajo ningún concepto.
Curiosamente, apenas unos años más tarde la situación había cambiado radicalmente: los regímenes prosoviéticos se habían derrumbado como un castillo de naipes arrastrado por la caída del muro de Berlín, la propia URSS se había desmoronado, y el mundo asistía a terribles guerras locales, especialmente en los Balcanes. En 1993 España y su Ejército se habían convertido en una Potencia de Paz, el ejército pedía voluntarios para ir a Mostar en misión humanitaria. En aquel momento, yo hubiera ido de mil amores. Sin embargo, la Ley de Objeción de Conciencia me ha vetado para siempre la posibilidad de acceso a las FFAA españolas y a la Guardia Civil. Y, sin embargo, tras el cobarde asesinato de anteayer, me siento uno con nuestros ejemplares cuerpos armados que tan grandes servicios han prestado en todo lo contrario a lo que yo esperaba hace menos de veinte años.
Nunca seré militarista, obviamente. Uno no da un giro de 180º en la vida casi nunca, pero sí creo que, en la línea actual de sus actuaciones, la existencia de ejércitos con las líneas de actuación de nuestras tropas en Haití, Timor Oriental, Kosovo, Bosnia y más de diez destinos más son una honra para la tierra en que he nacido y, si me quedaba alguna duda, están ahí las pruebas de los servicios que presta la Guardia Civil de Tráfico, que salva miles de vidas al año y el recuerdo de una ocasión en que mi abuela sufrió una avería en su coche y el sargento de la pareja que la vio se la arregló, de la Unidad Militar de Emergencia, que interviene en desastres naturales o en la protección de instalaciones sensibles en momentos de riesgo de atentado ( custodiando centrales nucleares o refinerías, por ejemplo ), o, como he dicho, de nuestros destacamentos en misiones de paz.
Y una mujer, Lourdes Rodao, que está dando un ejemplo de entereza, integridad, y grandeza moral tras el vil asesinato de su esposo, el brigada Luis Conde.
Hoy me siento uno con las fuerzas armadas, y, debo admitirlo, menos llamado que esa mujer a tolerar una brutalidad sin sentido sin sentir rabia, tratando de evitar que se convierta en odio, que sólo saca lo peor de nosotros mismos, y sería una victoria para los terroristas, que salen ganando cuando enquistan las situaciones.
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