La reforma de la Iglesia no es sólo posible. Es IMPRESCINDIBLE
Dicen que un gran poder confiere una gran responsabilidad. Difícilmente esto podría ser más cierto que en el caso de la Iglesia Católica Romana. Pocas instituciones tienen tanta capacidad de influencia, y, con ella, la posibilidad de utilizarla para el bien, y para el mal.
Eso hace que la cuestión no sólo ataña a los católicos, sino a todos y cada uno de los seres humanos, cuya vida cambiará en mayor o menor medida según el rumbo que tome Roma.
Por supuesto, en ello los cristianos están llamados a desempeñar un rol más activo, y, sin duda, no cabe otra forma ética que siguiendo los principios que inspiran su creencia.
Pronto hará tres años del fallecimiento de una de las figuras inmensas del catolicismo del siglo XX: Carlo María Martini. Para quien le diga algo, murió un viernes hacia la hora de nona. Y a su vez, pocos años antes, había retornado de su retiro en Jerusalén, donde estudiaba y escribía , a su Italia natal para morir, consciente de que su Alzheimer no le concedería ya muchos años.
Pero no volvió en silencio. Su conciencia jamás se lo habría permitido. Volvió a la vez que se publicaba en Alemania lo que sería su legado. Como otros que le precedieron, no dejó dinero ni propiedades; de esas no tenía muchas. Dejó algo más valioso. Sus ideas para un mundo mejor. "Coloquios nocturnos en Jerusalén".
Sus últimas palabras públicas de que tengo noticia decían cosas como que "la Iglesia debe tener el valor de reformarse"; "debe tener el coraje de reflexionar sobre la ordenación de hombres casados y de mujeres"; "plantearse el celibato opcional". "repensar la idea sobre los preservativos y los anticonceptivos", porque Pablo VI quiso asumir sobre sus hombros la decisión unipersonal y librar a los padres conciliares de tal carga, y la Humanae Vitae ha traído mucho daño, no ha sido a largo plazo una premisa positiva para afrontar la sexualidad humana ni la familia, y cuarenta años después es posible hallar algo mejor"; "la Iglesia debe atreverse a confrontarse con los jóvenes". Los homosexuales: tengo parejas de ellos en mi entorno, y jamás nadie me ha pedido que los condenase, ni yo lo haría.
Desde Jerusalén se ven las cosas de otra manera, sobre todo las parafernalias de Roma. Ha habido una época en que soñé con una iglesia pobre y humilde, ajena a las potencias de este mundo. Una Iglesia que dé valor a las personas que piensan más allá. Hoy ya no tengo esos sueños, me limito a rezar por la Iglesia.
Apenas unos meses le impidieron llevarse la sorpresa sobre la que había perdido la esperanza. La muerte ganó en la recta final a la esperanza, pero las palabras de otro monstruo del pensamiento cristiano contemporáneo nos lo cuentan con asombrosos parecidos a las reflexiones de Martini. Hans Küng:
¿Quién lo iba a pensar? Cuando tomé la decisión de renunciar a mis cargos honoríficos en mi 85 cumpleaños supuse que mi sueño de décadas de volver a ver en vida un cambio profundo en la Iglesia como en tiempos de Juan XXIII nunca llegarían a cumplirse en lo que me quedaba de vida.
Y, mira por dónde, he visto cómo Ratzinger dimitía de su cargo papal y pasó a ocupar su puesto un nuevo papa con el sorprendente nombre de Francisco.
¿ Habrá reflexionado Bergoglio sobre por qué ningún papa se había atrevido nunca a ponerse ese nombre? En cualquier caso , el argentino era consciente de que eso le ligaba a Francisco de Asís, el disidente que en el siglo XIII renunció a su familia, sus riquezas, sus cargos y sus lujosos ropajes.
Francisco ha optado por un nuevo estilo desde el momento que asumió el cargo: no quiso la mitra con oro y piedras preciosas, ni la muceta púrpura con armiño, ni los zapatos rojos a juego, ni el trono con la tiara. Rehúye los gestos pretenciosos y habla el lenguaje de la calle. Hace hincapié en su humanidad, y pide que recen por él antes de ser él quien bendiga.
Todo eso habría alegrado a Francisco de Asís y es lo contrario de lo que hacía en aquella época el papa Inocencio III. Nunca antes ni después ningún papa tuvo tanto poder como él. En lugar del título de "Vicario de Pedro" él prefirió el de "Vicario de Cristo" (Inocencio IV llegaría a preferir el de "Vicario de Dios"). Sin lograr nunca el reconocimiento de la Iglesia oriental, se comportó como un monarca, legislador, y juez absoluto de la cristiandad... hasta ahora.
El triunfal pontificado de Inocencio terminó siendo un punto de inflexión. Se manifestaron los primeros síntomas de decadencia que han llegado hasta nuestros días como señas de identidad de la curia romana: el nepotismo, la avidez extrema, la corrupción, y los negocios dudosos.
Francisco de Asís representaba y representa la alternativa al sistema romano. ¿ Qué habría pasado si Inocencio y los suyos hubieran vuelto a ser fieles al Evangelio? Las exigencias evangélicas de Francisco de Asís implicaban e implican un cuestionamiento enorme del sistema romano, esa estructura de poder centralizada, juridificada, politizada y clericalizada que se apoderó de Cristo en Roma.
Puede que Inocencio III fuese el único papa que tuvo el poder de elegir un camino totalmente distinto. Ya en el siglo XIII eso hubiera tenido como consecuencia un cambio de paradigma dentro de la Iglesia Católica que no hubiera escindido el cristianismo, a la vez que hubiera reconciliado las iglesias oriental y occidental.
De esta manera, las cuestiones fundamentales han seguido siendo formuladas a la iglesia católica , y ahora a un papa que se llama Francisco: pobreza, humildad y sencillez
Es evidente que no se debe idealizar a Francisco de Asís, que también tenía sus sesgos, sus exaltaciones y sus flaquezas. Pero sus preocupaciones se deben tomar en serio, adaptándolas al mundo actual.
¿ Pobreza? En el espíritu de Inocencio, la iglesia es una iglesia de riqueza, del advenedizo y de la pompa, de la avidez extrema y de los negocios financieros. En el de Francisco son finanzas transparentes y una vida sencilla que se preocupa de los pobres, débiles y desfavorecidos
¿ Humildad? En el espíritu de Inocencio, la iglesia es una iglesia del dominio, la burocracia, la discriminación y la represión. En el de Francisco, de altruismo, diálogo, fraternidad, y hospitalidad incluso para con los inconformistas.
¿ Sencillez? En el espíritu de Inocencio, la iglesia es una iglesia de la inmutabilidad dogmática, la censura moral, el miedo, el derecho canónico que todo lo regula y la escolástica que todo lo sabe. En el de Francisco, del mensaje alegre y el regocijo, de una teología basada en el mero Evangelio, que escucha a las personas desde abajo en lugar de adoctrinarlas desde arriba, que no sólo enseña, sino que también está constantemente aprendiendo.
Hoy en día, a la vista de las opiniones y preocupaciones de Francisco de Asís se pueden formular como opciones generales de una iglesia cuya fachada brilla en las magnificencias romanas, pero cuya estructura interna se revela podrida y quebradiza en muchas comunidades.
Ningún ser racional esperará que una sola persona pueda cambiar todo esto de la noche a la mañana. Sin embargo, y como demostraron León IX (siglo XI) o Juan XXIII (1958-1963), en cinco años sería posible un cambio de paradigma.
Hoy debería estar clara una senda a tomar. No una involución restaurativa a épocas preconciliares como en el caso de los papas polaco y alemán, sino pasos reformistas bien pensados y transmitidos en el espíritu del Concilio Vaticano II.
¿ No se topará una reforma de la Iglesia con una resistencia considerable? Sin duda, aparecerían poderosas fuerzas de reacción, sobre todo en la fábrica de poder de la curia romana. Es poco probable que los soberanos vaticanos renuncien de buen grado a las cotas de poder que han ido acumulando desde la Edad Media.
El poder de la curia también lo experimentó Francisco de Asís. Por eso no resulta sorprendente que la comunidad franciscana se acomodara cada vez más dentro del sistema romano. Menos de veinte años después de morir Francisco, su movimiento quedó prácticamente domesticado por la Iglesia católica, e incluso se dejó involucrar en la Inquisición.
¿ Qué se puede hacer si nos arrebatan desde arriba la esperanza en la reforma? La ecuación medieval Dios=obediencia a la Iglesia=obediencia al papa ya fue respondida por los apóstoles ante el Sanedrín. "Hay que obedecer a Dios más que a las personas"
Por tanto, no hay que caer en la resignación, sino que, a falta de impulsos reformistas desde arriba, se han de acometer con decisión reformas desde abajo.
En el peor de los casos, la Iglesia católica vivirá una nueva era glacial en vez de una Primavera, y correrá el riesgo de convertirse en una secta grande de poca monta.
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