El inalienable derecho a hablar
Veo, en estos momentos, en las noticias, que la líder del Partido Popular en Euskadi ha sufrido un intento de agresión por parte de un grupo de indeseables en Galicia, que se ha producido un forcejeo y que uno de los escoltas de María ha resultado herido en él.
No puedo por menos que sentirme asqueado. La esencia de la democracia que muchos nos esforzamos por construir cada día reside en el respeto a todos, en la escucha atenta de todas las posiciones de cuantos admiten unas elementalísimas normas de comportamiento, básicamente, hablar sin amenazas, pistolas ni coacciones, principios, que , por supuesto, María San Gil, como todos en este país menos , a efectos prácticos, sólo un pequeño grupo de fascistas etarras admiten.
Desde aquí, toda mi solidaridad para con la señora San Gil, y, por supuesto, con su escolta, que en el ejercicio de su trabajo, ganándose los garbanzos, se ha llevado la peor parte. Y la manifestación de mis ganas de que si el BNG sabe de la pertenencia de alguno de esos energúmenos a su partido o su organización juvenil, tome con la mayor celeridad las medidas oportunas para con él.
Me entristece, eso sí, que parece ser que la portavoz adjunta del PP en el Congreso de los Diputados se ha apresurado a responsabilizar a Zapatero y al clima y a los amigos que ha generado en estos cuatro años algo que no puede estar más lejano a las convicciones deliberativas de José Luis, y a la larguísima trayectoria histórica de un partido que ha pagado, en su conjunto y en la persona de muchos de sus militantes, dolorosísimos precios por defender lo que siempre hemos defendido y siempre defenderemos, porque está en nuestra esencia, y si no nos comportáramos así dejaríamos de ser socialistas: el derecho, y la conveniencia, de la libre confrontación con todas las fuerzas democráticas, para hallar las mejores rutas para mejorar el bienestar de los ciudadanos, confrontación en la que estamos encantados de que juegue el papel que le corresponde un partido que goza de los votos de diez millones de españoles, a los que legítimamente representa.
Naturalmente, el conjunto de la ciudadanía es mucho más lista que esta mujer, cuyo nombre, por cierto, se llama Ana Torme, y sabe muy bien cuál es la trayectoria de cada cual. Señora Torme, entre usted y Federico Jiménez Losantos pueden empeñarse en repetir hasta la saciedad que lo blanco es negro.... si lo repiten lo bastante, quizás consigan convencerse a ustedes mismos. Los españoles razonables no le quepa duda que sabrán situar cada cosa y a cada quien en su lugar.
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