La revolución que se paraba en los semáforos
La noche del 24 de abril de 1974, cuatro hombres entran en un café de Lisboa. Las sillas están ya sobre las mesas, y el camarero está barriendo. Le preguntan si está cerrando y responde: "sí, mañana tengo que trabajar y debo abrir temprano". Uno de los hombres le responde, con una ligera sorna que el camarero no puede entender: "No se preocupe, este es el último año que deberá abrir ese día, el 25 de abril del año que viene será fiesta".
Pocas horas después , a las tres y pico de la noche, como estaba previsto, llegan al puesto de mando los mensajes que indican que Mónaco, Méjico y Tokio han sido tomadas. Son los nombres acordados para la Radiotelevisión, el Radio Club Portugués y la Emissora Nacional. Todos los puestos estratégicos están ya en manos de los capitanes de abril como se esperaba. Solamente el Aeropuerto de Lisboa tarda: a las 4:20 llega también el mensaje de que Nueva York ha sido conquistada y controlada. Los capitanes han tomado ya el control del aeropuerto de la capital. Desde el Radio Club Portugués se transmite el primer mensaje de los oficiales revolucionarios pidiendo calma .
A las cinco y media, una columna al mando del capitán Fernando Salgueiro Maia llega a Lisboa, "la otra" ciudad de las siete colinas. En un cierto momento, un tanque se para al frente de la columna, y Maia se acerca con su jeep a averiguar qué ocurre. Se encuentra con que el blindado se ha detenido ante un semáforo en rojo. Desconcertado, pide explicaciones a los militares que guiaban el vehículo, que le relatan que se han detenido para evitar riesgos de accidentes de circulación con los vehículos civiles. Quizás ,a la postre, esta anécdota, que podría ser apócrifa si no hubiera sido confirmada posteriormente entre otros por el propio Salgueiro Maia, explica perfectamente algunas de las contradicciones de la Revolución de los Claveles. Un movimiento fuerte e imparable frente a un régimen consumido por sus propias termitas interiores que se detiene por voluntad propia ante un simple semáforo en rojo. Quizás por ser demasiado respetuosos con lo establecido, quizás porque tenían razón, y así evitaron sumar más gotas de sangre a los muchos litros vertidos en las guerras de África: en Guinea, Mozambique, Madagascar...
A las seis, Maia ocuap la plaza frente a los Ministerios, el Banco de Portugal, el Gobierno Civil y el Ayuntamiento. El Ministro del Ejército y otros jerarcas del régimen hacen un agujero en la pared y huyen a través de la biblioteca del Ministerio de la Marina. Salgueiro Maia deja tropas controlando los edificios donde el régimen tenía los principales centros de control y parte hacia el barrio de Carmo, donde se ha refugiado el Presidente Marcelo Caetano. Allí le hace frente una columna de tanques al mando de un brigadier que rechaza entrevistarse con él a mitad de camino y ordena a un alférez que abra fuego contra Maia. El joven oficial se niega, y con él los tiradores de los carros armados y los fusileros de artillería que los acompañan cuando les da la orden directamente el brigadier, que termina huyendo, mientras sus fuerzas se unen a la columna de Maia como habían hecho ya antes otras unidades enviadas por el gobierno contra los insurgentes.
Llegado al Carmo, a Maia le indican que dispare contra el edificio. Sabedor de que el fuego pesado causaría víctimas, y con la plaza ya llena de civiles que festejaban los hechos, difíciles de controlar y de mantener alejados, decide, en su lugar, disparar contra la parte superior de los vidrios de las ventanas del último piso, tras lo cual entra, por dos veces consecutivas, en el cuartel para pedirle al Presidente su dimisión. En su segunda entrada, exige hablar directamente con Caetano, que le indica que ya se ha rendido a Spinola, que está a punto de llegar. Caetano le pregunta a Maia quién es el jefe de la revolución. Maia improvisa: "Óscar". - " Y , ¿ quién es Óscar ?" - "Un comité". Maia le ahorra a Caetano el saber que ha sido depuesto por un grupo de capitanes jovencísimos, uno de los cuales, y no precisamente el menos importante, es él mismo, el hijo de un ferroviario, aceptado solamente en la Academia de Oficiales porque la sangría y las pérdidas humanas de las guerras coloniales forzaron tal necesidad.
¿ Por qué una revolución triunfante deja el poder tras sólo quince horas a un general que el día anterior era uno de los sostenes del régimen ? Se trata de otro semáforo en rojo que, esta vez, nadie decide superar. Pero que, poco a poco, nos hizo dar pasitos, en esta Península Ibérica hacia horizontes de mayor libertad que nosotros, los españoles, tan pronto como sólo un año después, empezaríamos a entrever.
1 comentario
Laura -
A siguir lluchando, Titiriteru.